Un gran kōan
Desde mi punto de vista, el tema fundamental de la novela es la búsqueda de la verdad. También podríamos decirlo sin la gravedad que parece irradiar de ese término, simplemente como una búsqueda de respuestas a preguntas esenciales vinculadas con la existencia y la identidad del personaje protagonista. La novela se puede interpretar como un gran «kōan» compuesto a su vez de pequeños «kōan»*, al que ha de hacer frente tanto el protagonista como el propio lector.
Una de las finalidades de este «kōan» consiste en la desestabilización de las categorías dicotómicas cognoscitivas que aplicamos a la realidad que percibimos. En la novela, dualismos que parecen irreconciliables, como realidad/ficción o mismidad/otredad, se hibridan. La novela, ambientada en un futuro posible, da cuenta de un problema muy serio, cuyas consecuencias ya padecemos en el presente, que tiene que ver con los innumerables contenidos falsos, en muchos casos de carácter conspiranoico, que se generan diariamente en internet; dentro de una esfera digital que, por lo demás, amplía su poder cada vez que se establecen nuevas relaciones de dependencia entre ella y el mundo analógico. Es previsible que a medida de que la desinformación generada en la red se intensifique la situación se tornará socialmente insostenible. Como alternativa a esto, ¿dejaremos los humanos de ser esencialmente un animal de creencias para abrazar un escepticismo radical como forma de estar en el mundo? ¿Nos veremos obligados a desestimar ciertos desarrollos tecnológicos a fin de reestablecer una cierta cohesión y estabilidad en nuestras sociedades? No lo sabemos.
En este sentido, cabe citar, por su lucidez, un párrafo de la página 154:
«A veces creo que la clave para entender la futura autodeterminación de la tecnología está en nuestra propia vida, que contiene todo lo que aquella se afana en quitar de en medio. Olor, excrecencias, obsolescencia, dolor, incongruencia, libertad, contradicción. Cuanto más evoluciona más sueña con liquidar a seres tan molestos y pobres como nosotros».
Es decir, como «últimos hombres» que somos, como diría Nietzsche —autor que se cita en el libro—, cabe preguntarse si el tipo de entes tecnológicos que estamos construyendo (no creando, toda vez que crear es lo propio de los dioses) son en realidad una manifestación de nuestro secreto odio hacia la vida y, por ende, hacia nosotros mismos, y si ese odio, o repugnancia subyacente, vendría dado por la no asunción de nuestras limitaciones vistas más como defectos que como simples cualidades de un ser viviente. En este sentido en la novela se da la paradoja de la existencia de humanos que están perdiendo humanidad mientras que una serie de replicantes la están conquistando en virtud de grandes «avances» científicos. Todo ello obliga a pensar en aquello que nos hace humanos, en la esencia humana. En el plano existencial, decía Heidegger que lo propio de lo humano es que es un ser para la muerte, es consciente de su temporalidad limitada y eso determina su experiencia vital. En ese punto, podemos pensar qué es lo que les hacía tan humanos a los replicantes de Blade runner si no su existencia temporal contra la que trataron infructuosamente de rebelarse. Claro que la esencia humana heideggeriana saltará por los aires si algún día el ser humano logra la inmortalidad, cuestión todavía más propia de la ciencia ficción.
Por último, me gustaría destacar la analogía que establece el autor entre la construcción de la identidad y la construcción de la Historia, para lo cual atiende a la articulación narrativa que se produce en ambas y que proporciona un hilo conductor que unifica y conecta momentos y hechos en ocasiones rodeados del más oscuro de los vacíos. En el caso de la identidad se articulan en una narración recuerdos, fotografías, relatos propios y ajenos, etc., pertenecientes todos ellos a la misma persona estableciéndose así una continuidad entre aquel pequeño ser de piel rosada que nació hace 38 años y el adulto que hoy cumple esa edad; en el caso de la Historia son los documentos históricos y todo tipo de restos pretéritos de diversa naturaleza los que han de ordenarse de forma, al menos, aparentemente coherente.
Espero que estas breves reflexiones aviven la reflexión de los lectores allí donde estén.
Nacho Amilivia